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Mitos en la Capacitación


El artículo que les entregamos en esta oportunidad revisa los mitos que existen alrededor del entrenamiento, principalmente en el mercado laboral estadounidense. Me gustaría agregar algunos mitos que en mi opinión son propios de Chile, aunque seguramente son compartidos por otros países con una cultura parecida.

El primer mito que me llama la atención es el de considerar la capacitación como un beneficio social y que debe ser administrado como tal. Desde que trabajé por primera vez en una empresa, escuché que dentro de los beneficios al personal estaba la capacitación. Sin duda que es un beneficio para las personas. Pero eso no significa que deba ser entregado sin relacionarlo con la productividad. La realidad es que las personas necesitan aprender permanentemente para cumplir con las metas de desempeño y permitir que sus empresas sean competitivas. O sea, la capacitación es una herramienta imprescindible para mejorar tanto los resultados de una empresa, como también para apoyar el desarrollo personal de los capacitados. Lo que aprende una persona también le va a servir tarde o temprano para mejorar su remuneración, para encontrar un mejor trabajo, y para transmitírselo a su familia. En otras palabras, la capacitación es adicionalmente un beneficio social. La empleabilidad que gana un trabajador al tener mejores habilidades y conocimientos le mejora sus oportunidades de acceder a más y mejores trabajos, y eso es muy positivo. Un ejemplo del impacto de este mito actualmente es que el incentivo tributario que otorga la franquicia Sence; dirigido sólo a las personas con trabajos operativos, cuando en la realidad un jefe bien capacitado podría contribuir tanto o más que un operario a la productividad de la empresa.

Otro mito es que la capacitación requiere de un número determinado de horas. La realidad es que tanto en una hora como en 200 horas se puede aprender algo útil para desempeñarse mejor en el trabajo. Es absurdo fijar las horas que debería tener una actividad de entrenamiento sin definir primero los objetivos de aprendizaje y las características de los alumnos. Habitualmente los bueyes van delante de la carreta: primero determino lo que quiero que las personas aprendan, y luego organizo la experiencia de aprendizaje en el menor tiempo posible para lograr la mayor efectividad en el proceso de aprendizaje.

También ronda el mito de que la planificación estatal puede saber qué es lo que se necesita, y por eso son cada vez más los recursos que se destinan a programas dirigidos y administrados por el Estado. Los recursos para estos programas han crecido enormemente, en cambio la franquicia para las empresas se utiliza cada vez menos. La realidad evidente es que las propias organizaciones son las que más posibilidades tienen de saber qué es lo que realmente les puede aportar a mejorar su competitividad. El ejemplo más dramático es el aprendizaje del idioma Inglés. Producto de nuestro sesgo cultural, se cree que este idioma es un símbolo de estatus social, y por lo tanto es un lujo y no debería ser objeto de estímulo mediante el subsidio estatal. Sí lo deberían ser los contenidos relacionados con la mecánica automotriz o la peluquería. Nada más alejado de la realidad para una recepcionista que atiende a los huéspedes de un hotel en Viña del Mar, o para un guía turístico en las Torres del Paine. La propia empresa es la que debe decidir lo que se necesita.

Un mito también frecuente es que más control es sinónimo de mejor control. Por ejemplo, se instauró un mecanismo de controlar la asistencia mediante un mecanismo electrónico de reconocimiento de la huella dactilar, para los cursos autorizados por Sence, que pretende evitar el fraude de que se declaren asistentes que en realidad no asistieron. O sea, además de tener que autorizar los contenidos con varias semanas de anticipación, hacer una serie trámites para avisar del inicio del curso con 72 horas hábiles de anticipación, y luego hacer las liquidaciones del curso realizado, se tienen que invertir al menos unos 20 minutos al inicio y otros 20 minutos al terminar cada curso para que los participantes, uno por uno, marquen su asistencia colocando su dedo en el lector de huella digital. Sin embargo, no es posible ver por Internet los contenidos y estadísticas de lo que ha realizado por el programa empresa acogidas a la franquicia durante un período determinado, y los cursos por elearning tienen menos franquicia que los presenciales. La realidad sugiere que el control selectivo es mucho más eficiente, o sea poco pero efectivo. Por ejemplo, qué pasaría si es que se publicaran en una página Web abierta al público, el detalle de las acciones de capacitación que realizan las empresas, de tal manera que cualquier empleado o dirigente sindical de la propia compañía pudiese ver en qué se están invirtiendo los recursos de entrenamiento, o bien también que lo pueda hacer un periodista o investigador de un centro de estudios. La apertura podría ayudar mucho más y ser bastante más económica que otros mecanismos más burocráticos.

Un último mito que me gustaría señalar se refiere al rol del ente regulador. La creencia que parece prevalecer hoy día es que el Sence debería ser un diseñador de contenidos, un ejecutor de actividades, y un controlador de las actividades que realicen las empresas. La realidad es que el desarrollo de contenidos y la ejecución de las actividades deberían ser de las propias empresas, centrando la labor del controlador en la supervisión y control de que se cumplan las normas, además de la promoción y difusión de información relevante para que los distintos actores del mercado tomen las mejores decisiones posibles. Por ejemplo, las actividades que realicen las empresas podrían ser publicadas en la página Web del Sence, se podrían organizar seminarios para difundir las mejores prácticas de capacitación en Chile y en el mundo, se podrían divulgar estadísticas con las necesidades de las empresas para que los OTEC pudiesen competir ofreciendo más y mejores programas, se podrían incentivar el uso de las tecnologías de capacitación a distancia, y se podrían integrar programas de entrenamiento en las empresas con las pasantías o prácticas profesionales. En resumen, el rol del ente regulador debería ser de fomentar el uso eficiente de la franquicia tributaria, dejando a las organizaciones que decidan y ejecuten las acciones de acuerdo a sus necesidades.

Ojalá que se desarrollaran indicadores que midan la gestión de estas políticas públicas y que permitieran orientar técnicamente las decisiones que se toman en estas materias.

Eduardo Saleh Sabat

Psicólogo Organizacional

Mayo 2015

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